Debate sobre películas de superhéroes
Despistada
Entrevista a Teresa Perales
Si en algún momento os sentís muy desgraciados e incapaces de alcanzar alguno de vuestros objetivos, os recomiendo leer o ver alguna entrevista a Teresa Perales, la deportista española que ha ganado más medallas olímpicas. La silla de ruedas en la que se desplaza desde hace muchos años no supone ningún impedimento para lograr lo que se propone.
Redacción, de Quim Monzó
Este
es un cuento muy triste de un autor que suele ser muy ácido y certero.
En otras entradas os recomendaré libros suyos muy divertidos.
“Redacción: ¿qué hice el domingo?”, por Quim Monzó
El domingo fue un día en que hizo mucho sol y fui a pasear con papá y mamá. Mamá llevaba un vestido beige con una rebeca de color blanco hueso, y papá un pulóver azul Raf y unos pantalones grises y una camisa blanca, abierta.
Yo llevaba un jersey de cuello cerrado, azul como el pulóver de papá
pero más claro, y una chaqueta marrón y unos pantalones también marrones, un
poco más claros que la chaqueta, y unas wambas rojas. Mamá llevaba unos zapatos
claros y papá unos negros. Por la mañana paseamos y a media mañana fuimos a
desayunar a las Balmoral. Pedimos un suizo y una ensaimada rellena, y yo pedí
cruasanes.
Luego fuimos a ver las flores, y las había rojas y amarillas y blancas y
rosas, e incluso azules, que papá dijo que eran teñidas, y plantas verdes y
violetas, y pájaros grandes y pequeños, y papá compró el periódico en un
quiosco. También fuimos a mirar escaparates, y, una vez que llevábamos mucho
rato delante de un escaparate con jerseys, papá le dijo a mamá que se diera
prisa. Y luego, en una plaza, nos sentamos en un banco verde, y había una
señora mayor con el pelo blanco y las mejillas muy rojas, como tomates, que
daba pan a las palomas, y me recordaba a la yaya, y papá leía el periódico todo
el rato y yo le pedí que me dejase mirar los dibujos y me dejó medio periódico
y me dijo que no lo estropeara. Luego, cuando ya subíamos a casa, mamá, como
papá estaba todo el rato leyendo el periódico, le dijo que siempre lo estaba
leyendo y que ya estaba harta: que lo leía en casa, desayunando, comiendo, en
la calle, caminando o en el bar, o cuando paseábamos. Y papá no dijo nada y
continuó leyendo y mamá le insultó y luego era como si lo sintiese, y me dio un
beso, y luego, mientras mamá estaba en la cocina preparando el arroz, papá me
dijo no le hagas caso. Comimos arroz caldoso, que no me gusta, y carne con
pimientos fritos. Los pimientos fritos me gustan mucho pero la carne no, que
está muy cruda, porque mamá dice que así está más rica, pero a mí no me gusta.
Me gusta más la carne que dan en el colegio, bien quemadita. En el colegio no
me gustan nunca los primeros platos. En cambio, en casa me dan vino con
gaseosa. En el colegio no. Luego, por la tarde, vinieron mis titos con mi
primo, y mis titos se pusieron a hablar en la sala, con mis papás, y a tomar
café, y mi primo y yo fuimos a jugar al jardín, y allí jugamos a madelmanes y
al futbolín, a la pelota y con el camión de bomberos y a guerras de
astronautas, y mi primo se puso muy tonto porque perdía, y a mí es que mi primo
me molesta mucho, porque no sabe perder, y tuve que soltarle un guantazo y se
puso a llorar muy fuerte, y vinieron mi mamá y mi tita y mi tito, y mamá dijo
qué ha pasado y, antes de que yo le contestara, mi primo dijo me ha pegado y mi
mamá me dio una bofetada y yo también me puse a llorar y volvimos todos a la
sala, y mamá me cogía de la mano y papá leía el periódico y fumaba un puro que
le había traído el tito, y mamá le dijo los niños están en el jardín,
matándose, y tú aquí, tan tranquilo, repantigado. La tita dijo que no pasaba
nada, pero mamá le dijo que siempre era lo mismo, que a veces se hartaba. Luego
los titos se fueron y, mientras se iban, mi primo me sacó la lengua y yo
también se la saqué, y papá puso el televisor, porque daban fútbol, y mamá le
dijo que cambiase de canal, que en el segundo ponían una película y papá dijo
que estaba viendo el partido y que no.
Luego fui al jardín, a ver la muñeca que tengo enterrada allí, al lado
del árbol, y la saqué y la acaricié y la reñí porque no se había lavado las
manos para comer y luego la volví a enterrar, y fui a la cocina, y mamá lloraba
y le dije que no llorase. Luego me senté en el sofá, al lado de papá, y vi un
rato el partido, pero luego me aburría y miré a papá, que era como si tampoco
viese el partido y como si tuviera la cabeza en otra parte. Luego pusieron
anuncios, que es lo que más me gusta, y luego la segunda parte del partido, y
fui a ver a mamá, que estaba preparando la cena, y luego cenamos y pusieron una
película de dibujos animados y las noticias, y una película antigua, de una
artista que no sé cómo se llama, que era rubia y muy guapa y muy pechugona.
Pero entonces me mandaron a dormir porque era tarde y subí las escaleras y me
fui a la cama, y desde la cama oía la película y cómo discutían mis papás, pero
con el ruido del televisor no podía oír bien lo que decían. Luego se peleaban a
gritos y bajé de la cama para acercarme a la puerta y entender lo que decían,
pero como todo estaba a oscuras no veía bien, sólo el claro de luna que entraba
por la ventana que da al jardín y, como no veía bien, tropecé y tuve que volver
a la cama con miedo por si venían a ver qué había sido aquel ruido, pero no
vinieron. Yo escuchaba cómo continuaban discutiendo. Ahora lo oía mejor porque
se ve que habían apagado el televisor, y papá le decía a mamá que no le
molestara y la insultaba y le decía que no tenía ambiciones, y mamá también le
insultaba y le decía no sé si que se fuese de casa o que se iría ella, y decía
el nombre de una mujer y la insultaba, y luego oí que se rompía alguna cosa de
cristal y luego oí gritos más fuertes, y eran tan fuertes que no se entendían,
y luego oí un gran grito, mucho más fuerte, y luego ya no oí nada. Luego oí
mucho ruido, pero flojito, como cuando para fregar arrastran los módulos del
tresillo. Oí que se cerraba la puerta del jardín y entonces volví a salir de la
cama y oí ruido fuera y miré por la ventana, y tenía frío en los pies, porque
iba descalzo, y fuera estaba oscuro y no se veía nada, y me pareció que papá
cavaba al lado del árbol y tuve miedo de que descubriese la muñeca y me
castigara, y volví a la cama y me tapé bien, incluso la cara, escondida bajo
las sábanas y a oscuras y los ojos bien cerrados. Oí que dejaban de cavar y
luego unos pasos que subían las escaleras y me hice el dormido y oí que se
abría la puerta del cuarto y pensé que debían de estar mirándome, pero yo no vi
quién me miraba, porque me hacía el dormido y por eso no lo vi. Luego cerraron
la puerta y me dormí y al día siguiente, ayer, papá me dijo que mamá se había
ido de casa y luego vinieron señores que preguntaban cosas y yo no sabía qué
contestar y todo el rato lloraba, y me llevaron a vivir a casa de los titos, y
mi primo siempre me pega, pero eso ya no fue el domingo.
Patria
Si ya eres un buen lector y no te asustas por el grosor de un
libro, porque sabes que si la novela "engancha" lo que no quieres es
que se termine, te recomiendo encarecidamente Patria, de Fernando
Aramburu. Es la crónica más exacta, real y emocionante de la historia de ETA y
del País Vasco de las últimas décadas.
El libro cuenta la relación entre dos familias que han estado muy
unidas: al patriarca de una de ellas lo mata ETA, mietras que el hijo de la
otra familia se convierte en etarra. Así de paradójico fue el panorama de
Euskadi durante mucho tiempo.
Pégale a tu hijo, de Rosa Montero
“Pégale
a tu hijo”, de Rosa Montero
Hace un par de semanas, EL PAÍS sacó una noticia aterradora:
la firmaba David Alandete desde Washington y hablaba de un manual escrito por
el pastor evangélico Michael Pearl, padre de cinco hijos (pobrecitos),
titulado Cómo educar a un niño. El primer capítulo del libro
empieza así: "Pégale a tu hijo". Y en eso, en el castigo físico, se
basa toda su teoría pedagógica. Aconseja golpear a los niños con una tubería
flexible de plástico de 0,6 centímetros de diámetro, porque con ese artilugio
los zurriagazos son muy dolorosos, pero la piel no queda gravemente dañada (es
un método que Pearl comparte, entre otros, con los mafiosos que torturan a sus
prostitutas).
En cuanto a los niños menores de un año, añade
magnánimamente, "basta una vara de sauce de 25-30 centímetros de largo y
medio centímetro de diámetro, sin nudos que le puedan cortar la piel".
Imaginen lo que es un bebé de menos de un año, con su indefensión y su piel de
seda y sus dodotis. E imaginen la vara. ¿Qué supuesta tropelía habría podido
cometer un pequeñín así para merecer semejante castigo? ¿Vomitar la leche?
Sólo en los dos últimos años, explica David Alandete en su
estupendo texto, han muerto en Estados Unidos dos niños apaleados por sus
padres con las famosas tuberías flexibles de Pearl. Hana, de 11 años, de origen
etíope. Y Lydia, de Liberia, de siete años. Las dos adoptadas, pobrecitas, por
dos familias norteamericanas de tarados. La portada del panfleto educativo
hiela la sangre: es la foto de un niño rubito de dos o tres años que, agarrado
al dedo de un adulto, mira hacia arriba sonriente y feliz mientras sostiene en
la otra mano lo que parece ser una larga vara de castigo. Pura perversión,
obscenidad de sádicos.
Sé bien que éste es un tema conflictivo. Me refiero a
la violencia contra los niños. O a la supuesta necesidad de un correctivo
físico para educarlos. No es la primera vez que trato el asunto y, como quien
arroja una piedra en un lago quieto, siempre se originan ondulaciones y un
pequeño tumulto de respuestas, cartas de lectores o incluso textos de otros
compañeros articulistas que reivindican con indignado énfasis las bondades de
un bofetón a tiempo y califican cualquier opinión contraria a la suya como una
necia comedura de coco propia de lo políticamente correcto.
Personalmente detesto los excesos de la corrección política
y, por otro lado, creo que entiendo bien el porqué de ese punto de exasperada
furia que los partidarios de la teoría del bofetón suelen mostrar. En primer
lugar, supongo que muchos de nosotros, si no todos, hemos recibido algún que
otro capón de nuestros padres en la infancia, y la mayoría no sólo no
consideramos que ese suceso nos haya traumatizado, sino que además pensamos que
nuestros padres son unas estupendísimas personas. Y luego está el hecho de que
nosotros mismos hemos podido darle alguna vez un azote a nuestros hijos, o
incluso un coscorrón; y, claro, nos indigna pensar que, por algo así, que nos
parece nimio e incluso adecuado para, pongamos, acabar con una rabieta, se nos
acuse de ser brutales.
Desde luego, dar un azote con la mano no tiene nada que
ver con la tubería flexible de Pearl; y también es cierto que hay niños a los
que sus padres jamás rozan y que están mucho peor educados y quizá son más
desgraciados que aquellos a quienes la madre ha cogido algún día de la oreja.
Pero, aparte de que todos los estudios psicológicos parecen demostrar que el
castigo físico no sirve para nada y puede humillar y dañar psíquicamente, lo
que de verdad me preocupa de la defensa pública del bofetón es el respaldo
moral y social que eso supone a una violencia doméstica que se ejerce desde la
mayor de las desigualdades contra los más débiles, y que no tiene límites ni
grados. Quiero decir que su aplicación depende del criterio exclusivo de aquel
que golpea. Y así, ¿es lo mismo un azote en el culo que un bofetón? ¿Y cuándo
un bofetón dejaría de ser admisible? ¿Cuando rompe un labio con una sortija,
cuando revienta un tímpano? ¿Son aceptables, por ejemplo, dos bofetones y un
par de puñetazos en los hombros y la espalda mientras el niño se encoge sobre
sí mismo para protegerse? Y si los padres han bebido un poco, o si están muy
estresados y frustrados, ¿corren quizá el riesgo de que se les escape algún
golpe demasiado fuerte? Amigos defensores de la teoría del bofetón a tiempo,
sinceramente, con el corazón en la mano, ¿podéis asegurar que esa puerta
abierta a la violencia va a ser entendida y aplicada por todos igual? Incluso
los mayores maltratadores de niños están convencidos de que su comportamiento
es adecuado. El libro de Pearl, que se publicó por vez primera en 1994, ha
vendido 670.000 ejemplares y ha sido traducido a numerosos idiomas, también al
español. No podemos dar ni la más mínima coartada moral a esa barbarie.
Suplemento de El País, 27
de noviembre de 2011
Sabor de amor
Esta maravillosa canción ochentera nos viene muy bien para empezar a trabajar las figuras literarias.
https://www.youtube.com/watch?v=XQ8gRoVUKVA
Buenas noches, primavera.
Aquí tienes la emocionante canción de Joaquín Sabina, “Buenas
noches, primavera”. Está incluida en su último disco, Lo niego todo. El
punto de vista es el de alguien que se ha hecho mayor y saluda a la primavera
con el recuerdo de su juventud y el deseo de recuperar parte de esta. Es
impresionante.
Te dejo también un enlace por si quieres
escucharla. Espero que te emocione tanto como a mí.
https://www.youtube.com/watch?v=BcDo974mUiE
Buenas noches,primavera
Buenas noches, primavera,
bienvenida al mes de abril:
te esperaba en la escalera del redil.
Nueve meses oxidada,
en el fondo de un baúl:
si no estás enamorada,
vente al sur.
Sobran lunes por la tarde,
faltan novios en los cines.
Camarero, ponme un par de Dry
Martínez.
Conseguí llegar viejo verde
mendigando amor,
¿qué esperabas de un pendejo como yo?
Buenas noches, primavera,
perfume del corazón,
blinda con tu enredadera, mi canción.
Vacuna de lo que duele,
no te enceles con el mar,
si hasta tus párpados huelen a humedad.
Líbrame del sueño eterno,
da cuerda al despertador
ponle cuernos al invierno, por favor.
Buenas noches, primavera,
sin bandera ni carnet,
no me tumbes en la era
de internet.
Otoñales van mis años,
por el río Guadalquivir,
maquillando el ceño huraño
de Madrid.
Si se te olvidan las bragas
en mis últimos jardines,
te regalo una biznaga de jazmines.
¡Ven a reavivar mi hoguera
cenicienta de mis días
Buenas noches primavera,
novia mía.
Te dejo también un enlace por si quieres
escucharla. Espero que te emocione tanto como a mí.
https://www.youtube.com/watch?v=BcDo974mUiE
Buenas noches, primavera,
bienvenida al mes de abril:
te esperaba en la escalera del redil.
Nueve meses oxidada,
en el fondo de un baúl:
si no estás enamorada,
vente al sur.
Sobran lunes por la tarde,
faltan novios en los cines.
Camarero, ponme un par de Dry Martínez.
mendigando amor,
¿qué esperabas de un pendejo como yo?
Buenas noches, primavera,
perfume del corazón,
blinda con tu enredadera, mi canción.
Vacuna de lo que duele,
no te enceles con el mar,
si hasta tus párpados huelen a humedad.
Líbrame del sueño eterno,
da cuerda al despertador
ponle cuernos al invierno, por favor.
Buenas noches, primavera,
sin bandera ni carnet,
no me tumbes en la era
de internet.
Otoñales van mis años,
por el río Guadalquivir,
maquillando el ceño huraño
de Madrid.
Si se te olvidan las bragas
en mis últimos jardines,
te regalo una biznaga de jazmines.
¡Ven a reavivar mi hoguera
cenicienta de mis días
Buenas noches primavera,
novia mía.
Tatuaje
“Tatuaje”, de Ednodio Quintero
Cuando
su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales,
el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la
boda, y ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado
de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer
un hermoso, enigmático y afilado puñal.
La
felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos, breve. En
el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad
contraída en las islas pantanosas del este. Y una tarde, frente al mar, con la
mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marino emprendió el ansiado
viaje a la eternidad.
En
la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto, y a ratos,
como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el
vientre adornado por el precioso puñal.
El
dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a
rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, fue cediendo
terreno. Concertaron una cita. La noche convenida ella lo aguardó desnuda
en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e
impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal.
Rima XXXVIII de Bécquer
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