Despistada





“ DESPISTADA”, de Mónica Lavín


Tardaban en abrir la puerta. Verificó que el número del departamento fuera el correcto. Tantas veces había estado frente a una casa equivocada o acudido a una cita el día después que más le valía confirmar.
Sonrió acordándose de los tropiezos de su mente. De niña olvidaba los suéteres en la banca del colegio, de jovencita las gafas, los nombres de los maestros y los cumpleaños de los novios. El despiste había crecido con la edad. Un día regresó a casa en autobús, su marido sorprendido por la tardanza le preguntó por el auto: lo había dejado estacionado frente al trabajo. Repetidas veces trató de subirse a un coche ajeno y forcejeó con la cerradura hasta que el dueño la sorprendió.
Nadie abría la puerta. Se asomó por las ventanas.
Las persianas cerradas sólo enseñaban la capa de polvo sobre el esmalte.
Se hizo de noche. Las campanadas de la iglesia a los lejos la aclararon. Había olvidado su propia muerte.


Entrevista a Teresa Perales




Si en algún momento os sentís muy desgraciados e incapaces de alcanzar alguno de vuestros objetivos, os recomiendo leer o ver alguna entrevista a Teresa Perales, la  deportista española que ha ganado más medallas olímpicas. La silla de ruedas en la que se desplaza desde hace muchos años no supone ningún impedimento para lograr lo que se propone.



Redacción, de Quim Monzó


Este es un cuento muy triste de un autor que suele ser muy ácido y certero.
En otras entradas os recomendaré libros suyos muy divertidos.

                             “Redacción: ¿qué hice el domingo?”, por Quim Monzó

     El domingo fue un día en que hizo mucho sol y fui a pasear con papá y mamá. Mamá llevaba un vestido beige con una rebeca de color blanco hueso, y papá un pulóver azul Raf y unos pantalones grises y una camisa blanca, abierta.

Yo llevaba un jersey de cuello cerrado, azul como el pulóver de papá pero más claro, y una chaqueta marrón y unos pantalones también marrones, un poco más claros que la chaqueta, y unas wambas rojas. Mamá llevaba unos zapatos claros y papá unos negros. Por la mañana paseamos y a media mañana fuimos a desayunar a las Balmoral. Pedimos un suizo y una ensaimada rellena, y yo pedí cruasanes.

Luego fuimos a ver las flores, y las había rojas y amarillas y blancas y rosas, e incluso azules, que papá dijo que eran teñidas, y plantas verdes y violetas, y pájaros grandes y pequeños, y papá compró el periódico en un quiosco. También fuimos a mirar escaparates, y, una vez que llevábamos mucho rato delante de un escaparate con jerseys, papá le dijo a mamá que se diera prisa. Y luego, en una plaza, nos sentamos en un banco verde, y había una señora mayor con el pelo blanco y las mejillas muy rojas, como tomates, que daba pan a las palomas, y me recordaba a la yaya, y papá leía el periódico todo el rato y yo le pedí que me dejase mirar los dibujos y me dejó medio periódico y me dijo que no lo estropeara. Luego, cuando ya subíamos a casa, mamá, como papá estaba todo el rato leyendo el periódico, le dijo que siempre lo estaba leyendo y que ya estaba harta: que lo leía en casa, desayunando, comiendo, en la calle, caminando o en el bar, o cuando paseábamos. Y papá no dijo nada y continuó leyendo y mamá le insultó y luego era como si lo sintiese, y me dio un beso, y luego, mientras mamá estaba en la cocina preparando el arroz, papá me dijo no le hagas caso. Comimos arroz caldoso, que no me gusta, y carne con pimientos fritos. Los pimientos fritos me gustan mucho pero la carne no, que está muy cruda, porque mamá dice que así está más rica, pero a mí no me gusta. Me gusta más la carne que dan en el colegio, bien quemadita. En el colegio no me gustan nunca los primeros platos. En cambio, en casa me dan vino con gaseosa. En el colegio no. Luego, por la tarde, vinieron mis titos con mi primo, y mis titos se pusieron a hablar en la sala, con mis papás, y a tomar café, y mi primo y yo fuimos a jugar al jardín, y allí jugamos a madelmanes y al futbolín, a la pelota y con el camión de bomberos y a guerras de astronautas, y mi primo se puso muy tonto porque perdía, y a mí es que mi primo me molesta mucho, porque no sabe perder, y tuve que soltarle un guantazo y se puso a llorar muy fuerte, y vinieron mi mamá y mi tita y mi tito, y mamá dijo qué ha pasado y, antes de que yo le contestara, mi primo dijo me ha pegado y mi mamá me dio una bofetada y yo también me puse a llorar y volvimos todos a la sala, y mamá me cogía de la mano y papá leía el periódico y fumaba un puro que le había traído el tito, y mamá le dijo los niños están en el jardín, matándose, y tú aquí, tan tranquilo, repantigado. La tita dijo que no pasaba nada, pero mamá le dijo que siempre era lo mismo, que a veces se hartaba. Luego los titos se fueron y, mientras se iban, mi primo me sacó la lengua y yo también se la saqué, y papá puso el televisor, porque daban fútbol, y mamá le dijo que cambiase de canal, que en el segundo ponían una película y papá dijo que estaba viendo el partido y que no.

Luego fui al jardín, a ver la muñeca que tengo enterrada allí, al lado del árbol, y la saqué y la acaricié y la reñí porque no se había lavado las manos para comer y luego la volví a enterrar, y fui a la cocina, y mamá lloraba y le dije que no llorase. Luego me senté en el sofá, al lado de papá, y vi un rato el partido, pero luego me aburría y miré a papá, que era como si tampoco viese el partido y como si tuviera la cabeza en otra parte. Luego pusieron anuncios, que es lo que más me gusta, y luego la segunda parte del partido, y fui a ver a mamá, que estaba preparando la cena, y luego cenamos y pusieron una película de dibujos animados y las noticias, y una película antigua, de una artista que no sé cómo se llama, que era rubia y muy guapa y muy pechugona. Pero entonces me mandaron a dormir porque era tarde y subí las escaleras y me fui a la cama, y desde la cama oía la película y cómo discutían mis papás, pero con el ruido del televisor no podía oír bien lo que decían. Luego se peleaban a gritos y bajé de la cama para acercarme a la puerta y entender lo que decían, pero como todo estaba a oscuras no veía bien, sólo el claro de luna que entraba por la ventana que da al jardín y, como no veía bien, tropecé y tuve que volver a la cama con miedo por si venían a ver qué había sido aquel ruido, pero no vinieron. Yo escuchaba cómo continuaban discutiendo. Ahora lo oía mejor porque se ve que habían apagado el televisor, y papá le decía a mamá que no le molestara y la insultaba y le decía que no tenía ambiciones, y mamá también le insultaba y le decía no sé si que se fuese de casa o que se iría ella, y decía el nombre de una mujer y la insultaba, y luego oí que se rompía alguna cosa de cristal y luego oí gritos más fuertes, y eran tan fuertes que no se entendían, y luego oí un gran grito, mucho más fuerte, y luego ya no oí nada. Luego oí mucho ruido, pero flojito, como cuando para fregar arrastran los módulos del tresillo. Oí que se cerraba la puerta del jardín y entonces volví a salir de la cama y oí ruido fuera y miré por la ventana, y tenía frío en los pies, porque iba descalzo, y fuera estaba oscuro y no se veía nada, y me pareció que papá cavaba al lado del árbol y tuve miedo de que descubriese la muñeca y me castigara, y volví a la cama y me tapé bien, incluso la cara, escondida bajo las sábanas y a oscuras y los ojos bien cerrados. Oí que dejaban de cavar y luego unos pasos que subían las escaleras y me hice el dormido y oí que se abría la puerta del cuarto y pensé que debían de estar mirándome, pero yo no vi quién me miraba, porque me hacía el dormido y por eso no lo vi. Luego cerraron la puerta y me dormí y al día siguiente, ayer, papá me dijo que mamá se había ido de casa y luego vinieron señores que preguntaban cosas y yo no sabía qué contestar y todo el rato lloraba, y me llevaron a vivir a casa de los titos, y mi primo siempre me pega, pero eso ya no fue el domingo.

 

Patria


Si ya eres un buen lector y no te asustas por el grosor de un libro, porque sabes que si la novela "engancha" lo que no quieres es que se termine, te recomiendo encarecidamente Patria, de Fernando Aramburu. Es la crónica más exacta, real y emocionante de la historia de ETA y del País Vasco de las últimas décadas.

El libro cuenta la relación entre dos familias que han estado muy unidas: al patriarca de una de ellas lo mata ETA, mietras que el hijo de la otra familia se convierte en etarra. Así de paradójico fue el panorama de Euskadi durante mucho tiempo.


Pégale a tu hijo, de Rosa Montero







                                          “Pégale a tu hijo”, de Rosa Montero

                                 

Hace un par de semanas, EL PAÍS sacó una noticia aterradora: la firmaba David Alandete desde Washington y hablaba de un manual escrito por el pastor evangélico Michael Pearl, padre de cinco hijos (pobrecitos), titulado Cómo educar a un niño. El primer capítulo del libro empieza así: "Pégale a tu hijo". Y en eso, en el castigo físico, se basa toda su teoría pedagógica. Aconseja golpear a los niños con una tubería flexible de plástico de 0,6 centímetros de diámetro, porque con ese artilugio los zurriagazos son muy dolorosos, pero la piel no queda gravemente dañada (es un método que Pearl comparte, entre otros, con los mafiosos que torturan a sus prostitutas).

En cuanto a los niños menores de un año, añade magnánimamente, "basta una vara de sauce de 25-30 centímetros de largo y medio centímetro de diámetro, sin nudos que le puedan cortar la piel". Imaginen lo que es un bebé de menos de un año, con su indefensión y su piel de seda y sus dodotis. E imaginen la vara. ¿Qué supuesta tropelía habría podido cometer un pequeñín así para merecer semejante castigo? ¿Vomitar la leche?

Sólo en los dos últimos años, explica David Alandete en su estupendo texto, han muerto en Estados Unidos dos niños apaleados por sus padres con las famosas tuberías flexibles de Pearl. Hana, de 11 años, de origen etíope. Y Lydia, de Liberia, de siete años. Las dos adoptadas, pobrecitas, por dos familias norteamericanas de tarados. La portada del panfleto educativo hiela la sangre: es la foto de un niño rubito de dos o tres años que, agarrado al dedo de un adulto, mira hacia arriba sonriente y feliz mientras sostiene en la otra mano lo que parece ser una larga vara de castigo. Pura perversión, obscenidad de sádicos.

Sé bien que éste es un tema conflictivo. Me refiero a la violencia contra los niños. O a la supuesta necesidad de un correctivo físico para educarlos. No es la primera vez que trato el asunto y, como quien arroja una piedra en un lago quieto, siempre se originan ondulaciones y un pequeño tumulto de respuestas, cartas de lectores o incluso textos de otros compañeros articulistas que reivindican con indignado énfasis las bondades de un bofetón a tiempo y califican cualquier opinión contraria a la suya como una necia comedura de coco propia de lo políticamente correcto.

Personalmente detesto los excesos de la corrección política y, por otro lado, creo que entiendo bien el porqué de ese punto de exasperada furia que los partidarios de la teoría del bofetón suelen mostrar. En primer lugar, supongo que muchos de nosotros, si no todos, hemos recibido algún que otro capón de nuestros padres en la infancia, y la mayoría no sólo no consideramos que ese suceso nos haya traumatizado, sino que además pensamos que nuestros padres son unas estupendísimas personas. Y luego está el hecho de que nosotros mismos hemos podido darle alguna vez un azote a nuestros hijos, o incluso un coscorrón; y, claro, nos indigna pensar que, por algo así, que nos parece nimio e incluso adecuado para, pongamos, acabar con una rabieta, se nos acuse de ser brutales.

Desde luego, dar un azote con la mano no tiene nada que ver con la tubería flexible de Pearl; y también es cierto que hay niños a los que sus padres jamás rozan y que están mucho peor educados y quizá son más desgraciados que aquellos a quienes la madre ha cogido algún día de la oreja. Pero, aparte de que todos los estudios psicológicos parecen demostrar que el castigo físico no sirve para nada y puede humillar y dañar psíquicamente, lo que de verdad me preocupa de la defensa pública del bofetón es el respaldo moral y social que eso supone a una violencia doméstica que se ejerce desde la mayor de las desigualdades contra los más débiles, y que no tiene límites ni grados. Quiero decir que su aplicación depende del criterio exclusivo de aquel que golpea. Y así, ¿es lo mismo un azote en el culo que un bofetón? ¿Y cuándo un bofetón dejaría de ser admisible? ¿Cuando rompe un labio con una sortija, cuando revienta un tímpano? ¿Son aceptables, por ejemplo, dos bofetones y un par de puñetazos en los hombros y la espalda mientras el niño se encoge sobre sí mismo para protegerse? Y si los padres han bebido un poco, o si están muy estresados y frustrados, ¿corren quizá el riesgo de que se les escape algún golpe demasiado fuerte? Amigos defensores de la teoría del bofetón a tiempo, sinceramente, con el corazón en la mano, ¿podéis asegurar que esa puerta abierta a la violencia va a ser entendida y aplicada por todos igual? Incluso los mayores maltratadores de niños están convencidos de que su comportamiento es adecuado. El libro de Pearl, que se publicó por vez primera en 1994, ha vendido 670.000 ejemplares y ha sido traducido a numerosos idiomas, también al español. No podemos dar ni la más mínima coartada moral a esa barbarie.

                                                       Suplemento de El País, 27 de noviembre de 2011

 

Sabor de amor



Esta maravillosa canción ochentera nos viene muy bien para empezar a trabajar las figuras literarias.

https://www.youtube.com/watch?v=XQ8gRoVUKVA


Sabor de amor

Sabor de amor,
Todo me sabe a ti,
Comerte sería un placer,
Porque nada me gusta más que tú,
Boca de piñón,

Bésame con frenesí,
Besarte es como comer palomitas de maíz,
Corazón de melón,
Venus salida del mar,
Del negro de un mejillón,
Son tus ojos en su punto de sal,
Sabor de amor,
Tu olor me da hambre,
Si no estás mi amor,
Puedo ser,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Es el sabor de tu amor,
Todo me sabe a ti,
Comerte sería un placer,
Porque nada me gusta más que tú,
Boca de piñón,
Bésame con frenesí,
Besarte es como comer naranjas en agosto y uvas en abril,
Sabor de amor,
Espuma de amar,
Piel de melocotón, orgía de palabras, sabor de amor,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Labios de fresa sabor de amor,
Pulpa de la fruta de la pasión,
Es el sabor de tu amor





Buenas noches, primavera.



Aquí tienes la emocionante canción de Joaquín Sabina, “Buenas noches, primavera”. Está incluida en su último disco, Lo niego todo. El punto de vista es el de alguien que se ha hecho mayor y saluda a la primavera con el recuerdo de su juventud y el deseo de recuperar parte de esta. Es impresionante. 

Te dejo también un enlace por si quieres escucharla. Espero que te emocione tanto como a mí.

                                        https://www.youtube.com/watch?v=BcDo974mUiE

Buenas noches,primavera
 
Buenas noches, primavera,
bienvenida al mes de abril:
te esperaba en la escalera del redil.
Nueve meses oxidada,
en el fondo de un baúl:
si no estás enamorada,
vente al sur.
Sobran lunes por la tarde,
faltan novios en los cines.
Camarero, ponme un par de Dry Martínez.
Conseguí llegar viejo verde
mendigando amor,
¿qué esperabas de un pendejo como yo?
 
Buenas noches, primavera,
perfume del corazón,
blinda con tu enredadera, mi canción.
Vacuna de lo que duele,
no te enceles con el mar,
si hasta tus párpados huelen a humedad.
Líbrame del sueño eterno,
da cuerda al despertador
ponle cuernos al invierno, por favor.
 
Buenas noches, primavera,
sin bandera ni carnet,
no me tumbes en la era
de internet.
Otoñales van mis años,
por el río Guadalquivir,
maquillando el ceño huraño
de Madrid.
Si se te olvidan las bragas
en mis últimos jardines,
te regalo una biznaga de jazmines.
 
¡Ven a reavivar mi hoguera
cenicienta de mis días
Buenas noches primavera,
novia mía.

 

 


Tatuaje


                                          

“Tatuaje”, de Ednodio Quintero 

Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, y ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal.

La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos, breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del este. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marino emprendió el ansiado viaje a la eternidad.

En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto, y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal.

El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, fue cediendo terreno. Concertaron una cita. La noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal. 

 

Rima XXXVIII de Bécquer






Rima XXXVIII


¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
dime, mujer, cuando el amor se olvida
¿sabes tú adónde va?