Hola, chicos. Por si acaso se os había pasado por la cabeza no
regalar nada en estos Reyes a vuestros queridos padres, ahí va esta columna de
opinión. Lo elijo por su frescura y para que vayáis familiarizándoos, de un
modo suave, con los artículos que vamos a leer en los próximos meses.
Es de Luz Sánchez-Mellado, periodista y colaboradora habitual de
"El País". Es en este diario donde publicó este artículo el pasado 26
de diciembre.
HIJAS DE MI VIDA, de Luz Sánchez-Mellado
Suelo decir, no tan en broma, que si alguna vez me hallo en serios apuros y necesito ayuda urgente, las últimas personas a las que pediría socorro por el móvil serían mis hijas por estrictas razones prácticas. Podría morir desangrada gota a gota, o del propio aburrimiento, antes de obtener respuesta.
Me juego el tipo a que casi cualquier otro número de mi lista de
contactos contestaría antes a mi petición de auxilio a vida o muerte que la
carne de mi carne, y eso que el 70% son profesionales. No estoy quejándome. Mis
niñas —perdón, señoras herederas— son magníficas. No roban, no matan, no
delinquen, no se drogan, que yo sepa, y encima me sacan notazas. Pero son
jóvenes y van a su bola. Tienen el teléfono en silencio, se han quedado sin
batería, están cargándolo, se lo han dejado en casa, lo llevan en la mochila.
Que están a lo suyo y pasan lo más grande de la plasta de su madre, vamos. Eso
sí, cuando son ellas quienes me requieren para que les traiga, no sé, nubes de
azúcar de vuelta a casa del curro porque han tenido un mal día, tiene que
pararse el mundo y contestarles ipso facto. Y el caso es que
se para, y les contesto, y les llevo las nubes, emocionada ante el prodigio de
que me quieran para algo.
Mientras me
autocompadezco preguntándome qué he hecho yo para merecer esto, aparte de
trabajar todo el santo día desde que volví de sus bajas maternales, no reparo
en que, salvando los abismos, yo también di por descontada la pasión de mis
padres, y hoy los añoro como el muñón al miembro amputado. Por todo eso, y por
verme retratada al ácido, me mató el pasaje de Alegría, de
Manuel Vilas, en el que el escritor se describe como “mendigo del amor” de sus
hijos. Seguiremos mendigando. Sigamos queriéndonos, hijas de mi vida, aunque no
nos lo digamos. Y hasta aquí puedo escribir, que igual alguna lee esto y me lo
hace pagar caro en Reyes. Feliz 2020.