Y, al final, ¿serán estas expresiones que denotan sexismo o
no? Si quieres saberlo,
léete este interesante artículo de Alex Grijelmo. Aviso, todos los profesores de bachillerato lo adoramos y los coordinadores de la EVAU, también. Y no digo más.
"La polla y el coñazo" de Álex Grijelmo. (26-01-2020)
Algunas críticas al lenguaje machista (razonables en otros aspectos) incluyen el ejemplo de que se llame “coñazo” a algo desagradable y se exclame “es la polla” para resaltar algo fabuloso.
La palabra “coñazo” es negativa, y si alguien dice que expresa machismo no le llevaremos la contraria; pero habrá que considerarla al lado de algunos sentidos opuestos, como “chorrada” (peyorativo) y “virguería” (meliorativo); o situarla junto a otras alusiones desfavorables a los atributos masculinos, como “hacer el chorra”, “pijada”, “soplapollez”, “mingafría”, “ser un cojonazos” o “hacerse la picha un lío”.
En
cualquier caso, un varón puede ser un coñazo, y también quedarse en bragas; y
una mujer, bajarse los pantalones o cogérsela con papel de fumar, porque
tales locuciones han perdido su significado literal. Así es la lengua. No hay
mayor incongruencia textual que la transmitida por una expresión positivísima
como “es de puta madre”. Si se juzgan este tipo de expresiones en su
literalidad, hay que examinar todo el inventario, no sólo las que convienen al
discurso.
Y
en lo referido a “polla”, conviene saber que su sentido elogioso es muy
anterior a que se le añadiera el significado de “pene”, hecho que ocurrió hace
relativamente poco, muy entrado el siglo XX.
Quienes
viajan a América se asombran de que allá sea verosímil que se corra la polla del presidente o que alguien
se saque la polla con toda normalidad. Es decir, que se dispute la carrera de caballos patrocinada por el
jefe del Gobierno y que alguien gane la lotería. Y eso sucede porque uno de los
significados antiguos de la palabra (aparte del relativo al mundo gallináceo)
se refiere a un envite del juego o a unas apuestas.
El Diccionario de 1737 hablaba de “polla” como “porción
que se pone y se apuesta entre los que juegan”. Y en el llamado “juego del
renegado”, ese mismo diccionario explicaba que un participante necesita hacer
cinco bazas “para sacar la polla”. Todo aquel mundillo propició expresiones
como “meter la polla” o “meterla doblada” (hacer una apuesta; poner el doble de
la cantidad que se había jugado), de donde es fácil deducir la relación con
“tiene una suerte de la polla”, “vaya polla que ha tenido”... o “¡es la
polla!”.
Como
explicó el escritor y filólogo peruanoespañol Fernando Iwasaki (Las palabras primas, 2018), Cervantes
ya había usado “polla” con el sentido de juego de cartas (El licenciado Vidriera, 1613); y el hecho de que en
tales lances de la baraja se metiese, se corriera y se sacase la polla explica
la irónica traslación posterior del término a otros significados. Pero eso
ocurriría muchos siglos después (y sólo en España): No he hallado en los bancos
de datos lingüísticos ningún registro de “polla”, como órgano sexual, anterior
a la novela San Camilo, de Cela (1969). Por ejemplo, en Don Juan Notorio: burdel en cinco actos y 2000 escándalos, sátira
anónima de 1874 repleta de palabras malsonantes, aparece 17 veces “picha” y
ninguna “polla”.
Cela
sí interpretaba (Diccionario secreto, 1971) un
sentido erótico de “polla” en unos versos burlescos del XVII, pero en realidad
se refieren sólo a los naipes. Y en sesudos diarios de principios del XX se
leen expresiones como “una polla castellana negra” o “comiéronse la polla”,
que, de haber tenido doble sentido, no habrían pasado el filtro de entonces (ni
el de ahora).
En
fin, parece imponerse hoy en día (de nuevo) el juicio sumarísimo contra algunas
expresiones de resonancia sexual, acusadas esta vez de machismo; pero antes de
condenarlas a la censura convendría conocer su historia y dejarles la
posibilidad de defenderse.