Elvira Lindo reflexiona en este estupendo
artículo sobre cuál debe ser la actitud de los adolescentes y los jóvenes ante
la pandemia y qué se les debe y puede exigir. No te lo pierdas, sobre todo si
eres de los que se saltan a la torera las normas actuales porque crees que esto
no va contigo.
Un respeto
La voz de los supervivientes de la covid. Las
radios nos van mostrando sus testimonios. Secuelas que provocan escalofríos:
migrañas, dificultad para respirar, pérdidas ocasionales de memoria, lentitud
mental. Hay días en que creemos saber algo sobre el maldito virus y otros en
que nos inunda una certidumbre de ignorancia. De cualquier manera, siempre hay
algo por lo que dar gracias. Viendo el panorama, yo agradezco no tener
adolescentes a mi cargo, ni jóvenes en su primera juventud que puedan
discutirte en casa las medidas sanitarias. Hace tiempo que veníamos
barruntándolo: nuestra sociedad exige a los ciudadanos un nivel de
responsabilidad y autocontrol según la franja de edad. A los viejos, que les
zurzan. Hemos decidido que carecen de derechos y de soberanía. Los amados
hijos, las amadas hijas, llevan a rajatabla el aislamiento de sus progenitores
y a menudo lo exhiben con orgullo. La salud equivale hoy a padecer o no la
covid. Parece dar igual que se mueran de pena, de estar más solos que la una.
Pasamos de glosar las virtudes de una generación que comenzó sus días en la
guerra a olvidar que tienen voluntad propia aunque su movilidad esté mermada.
Es una edad de fácil sometimiento. Lo pienso a menudo: si llegar a vieja es
obedecer, menudo viaje estúpido entonces el de la vida que te niega derechos y
hace que la sociedad te mire con condescendencia.
Los niños, a su peculiar manera, también son
fáciles de controlar. La mente infantil es tan milagrosamente flexible que
convierte enseguida las nuevas normas en tradiciones. Asombra verlos lavarse
las manos con tanto esmero, asumir con fortaleza su pertenencia a las burbujas
escolares. Algunos han sido separados de sus mejores amigos y se saludan con la
mano de un extremo a otro del patio. Tenían tantas ganas de ir al colegio que
disfrutan a tope de esta reducida sociabilidad. Hasta han padecido que por
momentos les cierren los parques, la medida más incongruente de todas, siendo
el lugar más seguro de encuentro social en estos tiempos.
Pero, cuidado, que llegamos a la adolescencia,
esa enfermedad que se cura con el tiempo, y los expertos se ponen ñoños,
juvenilistas, majetes. Antes de afirmar que en el ocio nocturno es donde se
está produciendo el mayor foco de expansión del virus, instan a acudir a los
dichosos influencers para que les comuniquen, en el supuesto
lenguaje cifrado de la juventud, que seguir una serie de normas para no
perjudicar la salud colectiva es guay. Hasta hay quien anima a convertir la
mascarilla en un complemento de distinción para que cada joven customice su
responsabilidad. Me pregunto si no sería más eficaz dirigirse a ese sector de
la ciudadanía, porque ciudadanos son, con seriedad, con la seriedad que merecen
y con la que se les debe exigir.
Las autoridades políticas han contribuido en
gran parte a este desatino. Sabemos que no todos los jóvenes obedecen solo a su
egoísmo, de hecho, seguro que son más los que tienen conciencia de la
importancia de su comportamiento, pero basta con que sean unos pocos. Esos
pocos, muchos cuando se amontonan en un espacio angosto, llenaron los días
pasados algunas calles de Granada. La Junta y el Ayuntamiento optaron por
cerrar el lugar seguro que era la universidad para permitir el aluvión a la
puerta de los bares. Lo que ha pasado, esas cifras que se han disparado, era
esperable, estaba cantado. Lo advertían los sanitarios, que, junto con los
supervivientes de la covid, no saben qué decir para que se les tenga respeto.
Respeto. Pero se ha favorecido aquello que producía un beneficio económico
inmediato. Por supuesto, la educación y la sanidad siguen estando a la zaga.
Imagino que es difícil para un joven serlo ahora, también ser responsable de
adolescentes bajo estas premisas, pero no cabe otra que exigirles su parte como
a un adulto cualquiera. Aunque qué decir si en Madrid el toque de queda se traduce
en ampliar el horario de los bares. Qué decir ya.
Elvira Lindo, “El País”,
25-10-2020
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