"Qué mas da", de Manuel Vicent

 



“Qué más da”

Un fantasma recorre el mundo: es el fantasma de la resignación. Este es un momento de la historia en que frente a cualquier escándalo político, desastre económico o injusticia flagrante muchos jóvenes se sorprenden diciendo qué más da, todos son iguales, yo a lo mío, esto es lo que hay, con la que está cayendo más vale callar y abrir el paraguas.

"Un ramito de violetas", Cecilia




Esta es una canción muy tierna y triste sobre la que debes reflexionar un poco: ¿cuál es el tema?, ¿cuál de los dos personajes es más digno de lástima?, ¿por qué? Emite una opinión argumentada. J

Son varios los cantantes que la han versionado, pero yo te dejo el vídeo de la creadora de la canción, Cecilia.

Como siempre, te pongo el enlace y la letra:

https://www.youtube.com/watch?v=8AtSHZTwehY

Era feliz en su matrimonio
Aunque su marido era el mismo demonio
Tenía el hombre un poco de mal genio
Y ella se quejaba de que nunca fue tierno

"Haz de luz", de Rayden

                                             


      

                                                              "Haz de luz"

Hoy, domingo, te ofrezco la música y letra de esta preciosa canción de Rayden, escrita para una niña ciega que un día expresó su miedo a que si le devolvían la vista no le gustara el mundo real.

Aquí, el enlace al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=voxL7ymgJ2o

Aquí, la letra:

Quiero que veas el atardecer cuando el sol empieza a caer
Y tras él las farolas se encienden, el cielo se prende y se tiñe de tonos pastel
Que tengas el mundo a tus pies y también de montera
Que sepas seguir las pisadas, sabiendo el peaje que tiende a querer dejar huella

Amparar y callar

 

Este es un artículo muy duro sobre el machismo escrito por Rosa Montero y publicado en "El País" el 24 de octubre de 2021.


En la foto, Pablo Neruda.

“Amparar y callar”

¿Cómo es posible que suceda algo así? Hablo de esa insoportable noticia de hace unas semanas: una sexagenaria francesa fue drogada durante una década hasta la inconsciencia por su esposo, que la ofrecía por internet a desconocidos. Han detenido a 44 hombres entre 24 y 71 años, de todo pelaje y condición: periodistas, bomberos, enfermeros.

Daniela Astor y la caja negra

 


“Daniela Astor y la caja negra”

Este es uno de los libros más bonitos escritos en los últimos años en España. La mirada de unas niñas puestas sobre sus ídolos (las actrices del “destape” de los años 70)  sirve para ver la silenciosa historia de la sociedad en general y de las  mujeres en particular durante la transición española. Conmovedora, divertida, fresca y sorprendente. La prosa de la autora es una de las más brillantes de la actualidad. Pronto os recomendaré más libros de ella. Eso sí, hay que ser un buen lector para disfrutarla como se merece: pero seguro que ya lo eres.

Debate sobre la meritocracia

 


Aquí tienes unas interesantes reflexiones sobre una forma de gobierno y de ascenso social basada en el mérito individual y que, por lo tanto, promueve la competencia individual.  Te animo a escucharlo en este momento tan particular de tu vida.

https://www.ondacero.es/programas/julia-en-la-onda/audios-podcast/el-gabinete/gabinete-desigualdades-sociales-como-consecuencia-meritocracia_20211028617ad64cc1b52e0001324c9c.html


"La soldado o la soldada"


 

“La soldado o la soldada”, por Álex Grijelmo.

 

La soldada Laura Ana Domínguez fue entrevistada el pasado agosto en varios medios tras aparecer fotografiada en un sobrecogedor abrazo de despedida con una mujer afgana encinta a la que había cuidado en el avión que las llevó desde Kabul a Torrejón junto con un centenar de refugiados de aquel país. La inmensa mayoría de los periodistas escribieron o dijeron “la soldado”.

Pocas semanas antes se conmemoraba el aniversario de la muerte de la soldada estadounidense Vanessa Guillén, acosada durante meses en la base de Fort Hood sin que se tomaran medidas, y cuyo cadáver se halló descuartizado en 2020. Las informaciones también hablaban de “la soldado”.

            El Diccionario no ha recogido el femenino de esa palabra. Por tanto, quienes usaron el morfema o pueden escudarse con razón en el léxico de las academias. Ahora bien, “soldada” responde a una formación perfectamente regular en nuestra lengua, en analogía con “delegado” y “delegada” o “abogado” y “abogada”, entre otras…; y por tanto no se puede considerar ajena al sistema del idioma.

El léxico militar parece mantenerse como último reducto frente a la flexión de los nombres de cargos y empleos que se va extendiendo en el resto de la lengua con arreglo a la morfología general de los sustantivos que acaban tanto en o como en án y en or. Así sucede por ejemplo con “la capitán”: con arreglo a la costumbre castrense, una misma mujer sería por la mañana “la capitán” en el ejército y por la tarde “la capitana” en su equipo de balonmano. Esta costumbre de las Fuerzas Armadas ha dificultado quizás la implantación de femeninos como “soldada”, “sargenta”, “pilota” o “caba”, perfectamente posibles y, a mi entender, recomendables para designar esos puestos cuando los desempeñan mujeres.

En el caso de “soldada”, se suele oponer que tal casilla ya está ocupada por el significado de “sueldo, salario o estipendio”; pero ese argumento olvida la información que aportan las diferentes funciones gramaticales de un mismo término y el sentido pragmático que todos aplicamos a los mensajes (la influencia de los contextos en el significado). Podemos decir “el frutero me regaló un frutero”, o “a la cartera se le olvidó la cartera”, o “el cajero colocó más billetes en el cajero”. Y del mismo modo, “la soldada se quedó sin su soldada”. Si no fuera por la evitable redundancia, también podríamos escribir “la música interpretó mal la música” o “la técnica aplicó muy bien la técnica”.

Hemos señalado en otras oportunidades que los usos inmovilizados del masculino para nombrar profesiones, oficios o cargos de mujeres (siempre que la morfología del español haya recogido esa flexión) constituye a nuestro parecer una asimetría sexista. Pero atención: como en tantas otras ocasiones, el sexismo se residencia en el uso, no en el sistema.

Otro tanto sucede con “la médico”, “la arquitecto”, “la ingeniero”…, o con “la sargento”. Esas fórmulas se usaron hace años al entender, tanto hombres como mujeres, que el masculino resultaba más prestigioso; o que, como cara de la misma moneda, el femenino desprestigiaba el oficio. Pero ya no hay tal. Así que hoy en día se puede decir en perfecto español “la soldada”, “la caba”, “la pilota”, “la sargenta”…

Hace 40 años también sonaba extraño “la ministra”. Por eso se pueden hallar registros de “la ministro” en ejemplares de EL PAÍS de 1977; menciones que, lógicamente, se referían a ministras de otros países. Pero ahora no solo tenemos en el Gobierno a más ministras que ministros, sino que además tenemos a la soldada Domínguez.

 

 

"A sangre fría", de Truman Capote

 



Este libro cuenta la truculenta historia de un asesino y la investigación real que llevó a cabo el propio escritor, Truman Capote. Almudena Grandes dice que es una novela perfecta para que aquellos a quienes no les gusta leer se inicien en la lectura. Estoy de acuerdo con ella. Buena novela para un período de descanso como este largo verano que estamos estrenando.

"Middlesex", de Jeffrey Eugenides

 

Eugenides obtuvo el Premio Pulitzer en 2003 con esta peculiar y redonda obra en la que se da lo mejor de la narrativa, con mayúsculas. Es un libro que va a las entrañas de la creación del género, el libro que a mí me hubiera gustado escribir si me hubiese dedicado a ello. El curioso protagonista resulta inolvidable. Estoy dejando que pase algo más de tiempo para releerlo y volver a disfrutar tanto como lo hice la primera vez.

 

 

 


"Soldados de Salamina", de Javier Cercas.

 



Fantástico libro tanto en su forma (muy original) como en su contenido. Ya hemos hablado un poco en clase de él. El autor, Javier Cercas, cuenta la historia real que le ocurrió al falangista Sánchez Mazas (padre de Rafael Sánchez Ferlosio) en la guerra civil. ¿Por qué un joven soldado le perdonó la vida? ¿Qué le movió a ese desconocido miliciano a actuar así? Precioso alegato antimilitar. Recomendable al cien por cien. Si lo lees, me lo agradecerás.

"Brillante pero erróneo", de Álex Grijelmo

 



Este artículo de Álex Grijelmo publicado en "El País" te puede ayudar a escribir bien los pronombres interrogativos y exclamativos. Léelo con atención.

Circula por las redes mensajeras una teoría según la cual se puede saber con facilidad cuándo determinados pronombres o adverbios (“que”, “quien”, “cuanto” o “como”...) llevan tilde. De acuerdo con ese truco, basta con preguntarse si después de cada uno de esos términos se pueden añadir “coño” o expresiones similares (”diantres”, “demonios”, “narices”...). Así, se supone que “¿qué quieres?” lleva tilde porque se podría decir “¿qué coño quieres?”. Mientras que “dame el paquete que elijas” no la acepta, porque no decimos “dame el paquete que coño elijas”.

Brillante. Pero erróneo.

            El texto que me ha llegado (varias veces), y que incluso fue recogido por algún articulista, dice así: “Truco: Si detrás del ‘qué’, ‘quién’, ‘cómo’, ‘cuándo’, ‘cuánto’ puedes poner la palabra ‘mierda’, ‘cojones’ o ‘coño’ y tiene sentido, se acentúan. En caso contrario, no. Qué (coño) comes. Vais como (coño) loc@s”.

Según indica la Nueva gramática académica, editada en 2011, ese tipo de expresiones enfáticas revelan distintos grados de fastidio, incredulidad, extrañeza, enojo, insatisfacción, desesperación… y otras actitudes similares ante una situación adversa. Así pues, añadimos aquí, no se pueden aplicar en otros supuestos. Por ejemplo, cuando el hablante no pregunta o niega, sino que afirma: “Sé quién lo hizo”. (No valdría “sé quién demonios lo hizo”). O cuando expresa satisfacción: “Qué bien me ha sentado” (no diríamos “qué cojones bien me ha sentado”); “¡qué deprisa lo has hecho!” (y no “qué diantres deprisa lo has hecho”, si elogiamos la rapidez).

O cuando la pregunta no transmite ningún estado de ánimo en concreto: “¿Qué tal?” (rara vez oiremos “¿qué cojones tal?”). “¡Cuánto habéis trabajado! (no “¡cuánto mierda habéis trabajado!”). Se puede preguntar “¿quién narices lo dijo?”, y esto encaja en la falsa norma, pero no “¿cuántos narices sois?”.

El exitoso consejo que circu­la por las redes no funciona tampoco cuando la palabra que nos hace dudar va seguida de un sustantivo o de un adjetivo. Por ejemplo, en “qué coño noticia leíste ayer tan interesante” o “estoy averiguando qué coño fantásticas alegrías me esperan”.

La aventurada norma viral sobre estos sustantivos (“coño”, “mierda”, “cojones”) puede producir monstruos cuando tales términos pierden su papel enfático y recuperan de repente, sin nadie quererlo, el significado primitivo: “Qué coño bonito”, “qué mierda vas a quedarte”, “qué cojones prefieres”.

Pero no se puede considerar muy ética la actitud de destruir sin construir, así que ofreceremos una alternativa: para resolver esas dudas, pensemos mejor en cómo entonamos. No es lo mismo “tú cuenta con él” (tú cuenta) que “tu cuenta con él” (tucuenta). Técnicamente se diría que hay que distinguir entre palabras átonas o tónicas, pero huyamos de eso. Fijémonos en la pronunciación: en si separamos las dos palabras o si las unimos como si fueran una sola: “Desconozco qué quieres” (qué quieres) frente a “sé bien que quieres venir” (quequieres venir). Si las pronunciamos separadas, la primera lleva acento; si las juntamos, no. “Qué te gusta” (qué te gusta) frente a “que te gusta” (quetegusta): “Sé qué te gusta comer” y “sé que te gusta comer”. “¿Dónde vives? (dónde vives), “¿donde vives es en Torrelaguna?” (dondevives). “¿Cuánto trabajas” (cuánto trabajas)”, “conviertes en arte cuanto trabajas” (cuantotrabajas).

Todo esto no es tan gracioso como la norma falsa, pero al menos puede ayudar a que deduzcamos en algunas ocasiones cómo coño hay que acentuar.

 


 

Philippe Claudel, "La investigación".

 


Un investigador es enviado por sus jefes a averiguar los motivos por los que en una empresa situada en una pequeña ciudad muchos trabajadores se han suicidado. No le van a poner las cosas fáciles.

Este libro es una inquietante fábula sobre el funcionamiento del nuestro mundo capitalista. Te verás atrapado en un ambiente del que ni tú ni el investigador podréis salir.

"Ayer te besé en los labios", Pedro Salinas

 

 

Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,

rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no…
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.

 

"Que no sepan, no se expresen, no piensen", de Javier Marías

 



“Que no sepan, no se expresen, no piensen”, Javier Marías. Este es un fragmento inicial del artículo aparecido en “El País Semanal” el 17 de enero de 2021. Léelo y piensa en el tipo de ciudadano en que quieres convertirte. Si no deseas ser dirigido, ponte a estudiar ya filosofía. Hazme caso (a mí o a Javier Marías). Si deseas leer el artículo completo, consulta el diario "El País".


Me entero por el enteradísimo Juan Cruz de que la nefasta ley Celaá de Educación elimina la asignatura de Ética en el curso o cursos en que se impartiese. Creo recordar que la también funesta ley Wert suprimió Filosofía, lo cual trajo leves protestas entre los filósofos y profesores de la materia (no son lo mismo unos que otros). Ya mucho antes cayeron el Griego, el Latín, buena parte de la Literatura y no sé cuántas cosas más. Es asombroso que los pedagogos actuales tengan titulación y facultades para determinar qué se enseña y qué no. Si por la mayoría fuera, “se aprendería a aprender” y no se enseñaría nada, y así conseguiríamos el ideal de toda sociedad totalitaria: individuos que no saben, no entienden, no razonan, no se expresan, no piensan. Hacia eso se va, paso a paso y a veces a zancadas, como ahora con la eliminación de Ética. Al fin y al cabo, se dicen los gobernantes, ¿para qué sirve sino para que los ciudadanos tengan ideas de justicia, responsabilidad y solidaridad, de lo que se puede y no hacer por el propio bien y por el de los demás, de dónde están los límites del necesario egoísmo y de la libertad necesaria, de hasta qué punto el Estado está capacitado para imponer, en qué cuestiones sí y en cuáles no? En suma, ¿para qué sirve la Ética sino para que nos pongan pegas y nos critiquen?

No hay ningún Gobierno carente de ansias totalitarias, hasta los indudablemente democráticos. Quiero decir que todos aspirarían a ganar elecciones por unanimidad y a disponer de un cheque en blanco para obrar a su antojo. Claro que los respetuosos de las reglas saben que eso es imposible y aceptan lo relativo y parcial de su poder, y por tanto los pactos, las alianzas, las concesiones y las renuncias. Pero eso no los priva de sus ansias, aunque sean un desiderátum que demasiadas veces, sin embargo, se ha cumplido, desde Hitler y Stalin hasta Putin… y casi Trump. Esas ansias llevan, a los de menores escrúpulos, a sortear las limitaciones con subterfugios o con descaro. Hoy este detalle, mañana el otro, los años cuentan con muchos días. La supresión de Ética parece algo mínimo, pero va por ese camino. Paulatinamente se logra que los escolares no sepan pensar, ni hablar propiamente, no digamos escribir. La creación de tarugos es un objetivo indisimulado de los políticos obtusos de nuestro tiempo. Nos precisan a su imagen y semejanza. (...)

 

"En enero, regálate esperanza", por Francesc Miralles

 




 Este atículo apareció en la sección de psicología de  “El País Semanal”. Son cinco consejos para sobrellevar la angustiosa situación que nos ha tocado vivir. Te vendrán bien para este momento y otros que pueden darse en tu vida.

  Una de las tareas más ingratas para un autor de desarrollo personal es acudir a entrevistas donde un periodista te espera a la contra: “¿Cómo se puede ser optimista con la que está cayendo?”. Esa y otras preguntas similares llenan el diálogo. Podría parecer que el fatalismo y el escepticismo son más realistas que una visión positiva del futuro. Sin embargo, ambas posturas vitales son solo proyecciones teñidas por nuestras expectativas o prejuicios. Del mismo modo que acudir a una cita sentimental convencidos de que irá mal nos hace mostrarnos negativos y torpes, con lo que acabamos confirmando el oráculo, nuestra mirada sobre los acontecimientos futuros influye sobre ellos.

Si tras el desastre del buque Endurance, que en el invierno de 1915 quedó atrapado en el hielo antártico, Shackleton hubiera sido pesimista, jamás habría logrado la proeza de salvar la vida de todos sus hombres. Para acampar sobre hielo, navegar 1.300 kilómetros en un bote abierto y atravesar las montañas de Georgia del Sur hasta ser rescatados tenía un motor: la esperanza. Shackleton se enfocó en las posibilidades de salvación, por disparatadas que parecieran, y eso obró el milagro.

En un fragmento de El conde de Montecristo, Alejandro Dumas escribe: “No hay ventura ni desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí todo. Solo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema”. Las grandes crisis suelen ir seguidas de épocas de euforia, crecimiento y creatividad. Tal vez por eso, Dumas concluye que “toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡confiar y esperar!”. ¿Cómo mantener ese espíritu mientras dura la crisis económica y sanitaria? Hay cinco claves que pueden ayudar a cultivar la esperanza.

Entender que todo es temporal. Aunque desde marzo de 2020 la pandemia haya monopolizado los medios de comunicación, llegará un punto en que pasará. Tomar conciencia de que nada, ni lo bueno, ni lo malo, es para siempre ayuda a no desesperar.

Limitar las malas noticias. Por contagio emocional, el tono de los mensajes que nos llegan acaba determinando nuestra manera de ver el mundo. Por eso, en momentos de gran dificultad es importante elegir bien con qué nutrimos nuestra mente.

Ocuparse de lo que depende de uno mismo. Al contemplar un desastre a gran escala impera un sentimiento de impotencia. Pero, si se pone el foco en pequeñas acciones y se llevan a cabo, llega la esperanza. Parafraseando el discurso de toma de posesión de Kennedy, la cuestión sería: ¿qué puedo hacer yo, de manera concreta, para que este año sea mejor que el anterior?

Recordar lo que va bien. No se trata de engañarse, sino de compensar el desánimo fijándose en lo que sí funciona en la vida de cada uno. Tal vez la economía individual ha tocado fondo, pero la salud aún responde. Para descansar de la negatividad, tomar conciencia de lo que va bien aporta energía.

Celebrar los microprogresos. Este término lo utiliza Cory Newman, director del Centro de Terapia Cognitiva de la Universidad de Pensilvania, para designar los pequeños logros que están cambiando ya la tendencia de nuestro futuro. James Clear, que el pasado año encabezó las listas de best sellers en Estados Unidos con sus Hábitos atómicos (Diana), afirma: “No importa el éxito que tengas en este momento, sino determinar si tus hábitos te están conduciendo hacia el camino del éxito. (…) Si quieres predecir dónde terminará tu vida, sigue la curva de las pequeñas ganancias y pérdidas. (…) Las pequeñas batallas que ganamos cada día son las que definen tu futuro”.

Tal vez el mejor regalo que podemos hacernos la noche de Reyes sea enfocar la aventura con esperanza, como Shackleton, y poner todo de nuestra parte para elevar la curva con pequeños progresos. Cuando agotemos este calendario podremos decir que este ha sido un año realmente nuevo.

 Francesc Miralles es escritor y periodista especializado en psicología.


"El rastro de tu sangre en la nieve", de Gabriel García Márquez



No se me ocurre un cuento más apropiado para estos días que tienen un aire de postal de navidad. Así podemos entretenernos un poquito, antes de salir a jugar con la nieve. El nombre de la protagonista quizás te suene…

"El rastro de tu sangre en la nieve”, cuento de Gabriel García Márquez

Al anochecer, cuando llegaron a la frontera, Nena Daconte se dio cuenta de que el dedo con el anillo de bodas le seguía sangrando. El guardia civil con una manta de lana cruda sobre el tricornio de charol examinó los pasaportes a la luz de una linterna de carburo, haciendo un grande esfuerzo para que no lo derribara la presión del viento que soplaba de los Pirineos.