"Ayer te besé en los labios", Pedro Salinas

 

 

Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,

rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no…
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.

 

"Que no sepan, no se expresen, no piensen", de Javier Marías

 



“Que no sepan, no se expresen, no piensen”, Javier Marías. Este es un fragmento inicial del artículo aparecido en “El País Semanal” el 17 de enero de 2021. Léelo y piensa en el tipo de ciudadano en que quieres convertirte. Si no deseas ser dirigido, ponte a estudiar ya filosofía. Hazme caso (a mí o a Javier Marías). Si deseas leer el artículo completo, consulta el diario "El País".


Me entero por el enteradísimo Juan Cruz de que la nefasta ley Celaá de Educación elimina la asignatura de Ética en el curso o cursos en que se impartiese. Creo recordar que la también funesta ley Wert suprimió Filosofía, lo cual trajo leves protestas entre los filósofos y profesores de la materia (no son lo mismo unos que otros). Ya mucho antes cayeron el Griego, el Latín, buena parte de la Literatura y no sé cuántas cosas más. Es asombroso que los pedagogos actuales tengan titulación y facultades para determinar qué se enseña y qué no. Si por la mayoría fuera, “se aprendería a aprender” y no se enseñaría nada, y así conseguiríamos el ideal de toda sociedad totalitaria: individuos que no saben, no entienden, no razonan, no se expresan, no piensan. Hacia eso se va, paso a paso y a veces a zancadas, como ahora con la eliminación de Ética. Al fin y al cabo, se dicen los gobernantes, ¿para qué sirve sino para que los ciudadanos tengan ideas de justicia, responsabilidad y solidaridad, de lo que se puede y no hacer por el propio bien y por el de los demás, de dónde están los límites del necesario egoísmo y de la libertad necesaria, de hasta qué punto el Estado está capacitado para imponer, en qué cuestiones sí y en cuáles no? En suma, ¿para qué sirve la Ética sino para que nos pongan pegas y nos critiquen?

No hay ningún Gobierno carente de ansias totalitarias, hasta los indudablemente democráticos. Quiero decir que todos aspirarían a ganar elecciones por unanimidad y a disponer de un cheque en blanco para obrar a su antojo. Claro que los respetuosos de las reglas saben que eso es imposible y aceptan lo relativo y parcial de su poder, y por tanto los pactos, las alianzas, las concesiones y las renuncias. Pero eso no los priva de sus ansias, aunque sean un desiderátum que demasiadas veces, sin embargo, se ha cumplido, desde Hitler y Stalin hasta Putin… y casi Trump. Esas ansias llevan, a los de menores escrúpulos, a sortear las limitaciones con subterfugios o con descaro. Hoy este detalle, mañana el otro, los años cuentan con muchos días. La supresión de Ética parece algo mínimo, pero va por ese camino. Paulatinamente se logra que los escolares no sepan pensar, ni hablar propiamente, no digamos escribir. La creación de tarugos es un objetivo indisimulado de los políticos obtusos de nuestro tiempo. Nos precisan a su imagen y semejanza. (...)

 

"En enero, regálate esperanza", por Francesc Miralles

 




 Este atículo apareció en la sección de psicología de  “El País Semanal”. Son cinco consejos para sobrellevar la angustiosa situación que nos ha tocado vivir. Te vendrán bien para este momento y otros que pueden darse en tu vida.

  Una de las tareas más ingratas para un autor de desarrollo personal es acudir a entrevistas donde un periodista te espera a la contra: “¿Cómo se puede ser optimista con la que está cayendo?”. Esa y otras preguntas similares llenan el diálogo. Podría parecer que el fatalismo y el escepticismo son más realistas que una visión positiva del futuro. Sin embargo, ambas posturas vitales son solo proyecciones teñidas por nuestras expectativas o prejuicios. Del mismo modo que acudir a una cita sentimental convencidos de que irá mal nos hace mostrarnos negativos y torpes, con lo que acabamos confirmando el oráculo, nuestra mirada sobre los acontecimientos futuros influye sobre ellos.

Si tras el desastre del buque Endurance, que en el invierno de 1915 quedó atrapado en el hielo antártico, Shackleton hubiera sido pesimista, jamás habría logrado la proeza de salvar la vida de todos sus hombres. Para acampar sobre hielo, navegar 1.300 kilómetros en un bote abierto y atravesar las montañas de Georgia del Sur hasta ser rescatados tenía un motor: la esperanza. Shackleton se enfocó en las posibilidades de salvación, por disparatadas que parecieran, y eso obró el milagro.

En un fragmento de El conde de Montecristo, Alejandro Dumas escribe: “No hay ventura ni desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí todo. Solo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema”. Las grandes crisis suelen ir seguidas de épocas de euforia, crecimiento y creatividad. Tal vez por eso, Dumas concluye que “toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡confiar y esperar!”. ¿Cómo mantener ese espíritu mientras dura la crisis económica y sanitaria? Hay cinco claves que pueden ayudar a cultivar la esperanza.

Entender que todo es temporal. Aunque desde marzo de 2020 la pandemia haya monopolizado los medios de comunicación, llegará un punto en que pasará. Tomar conciencia de que nada, ni lo bueno, ni lo malo, es para siempre ayuda a no desesperar.

Limitar las malas noticias. Por contagio emocional, el tono de los mensajes que nos llegan acaba determinando nuestra manera de ver el mundo. Por eso, en momentos de gran dificultad es importante elegir bien con qué nutrimos nuestra mente.

Ocuparse de lo que depende de uno mismo. Al contemplar un desastre a gran escala impera un sentimiento de impotencia. Pero, si se pone el foco en pequeñas acciones y se llevan a cabo, llega la esperanza. Parafraseando el discurso de toma de posesión de Kennedy, la cuestión sería: ¿qué puedo hacer yo, de manera concreta, para que este año sea mejor que el anterior?

Recordar lo que va bien. No se trata de engañarse, sino de compensar el desánimo fijándose en lo que sí funciona en la vida de cada uno. Tal vez la economía individual ha tocado fondo, pero la salud aún responde. Para descansar de la negatividad, tomar conciencia de lo que va bien aporta energía.

Celebrar los microprogresos. Este término lo utiliza Cory Newman, director del Centro de Terapia Cognitiva de la Universidad de Pensilvania, para designar los pequeños logros que están cambiando ya la tendencia de nuestro futuro. James Clear, que el pasado año encabezó las listas de best sellers en Estados Unidos con sus Hábitos atómicos (Diana), afirma: “No importa el éxito que tengas en este momento, sino determinar si tus hábitos te están conduciendo hacia el camino del éxito. (…) Si quieres predecir dónde terminará tu vida, sigue la curva de las pequeñas ganancias y pérdidas. (…) Las pequeñas batallas que ganamos cada día son las que definen tu futuro”.

Tal vez el mejor regalo que podemos hacernos la noche de Reyes sea enfocar la aventura con esperanza, como Shackleton, y poner todo de nuestra parte para elevar la curva con pequeños progresos. Cuando agotemos este calendario podremos decir que este ha sido un año realmente nuevo.

 Francesc Miralles es escritor y periodista especializado en psicología.


"El rastro de tu sangre en la nieve", de Gabriel García Márquez



No se me ocurre un cuento más apropiado para estos días que tienen un aire de postal de navidad. Así podemos entretenernos un poquito, antes de salir a jugar con la nieve. El nombre de la protagonista quizás te suene…

"El rastro de tu sangre en la nieve”, cuento de Gabriel García Márquez

Al anochecer, cuando llegaron a la frontera, Nena Daconte se dio cuenta de que el dedo con el anillo de bodas le seguía sangrando. El guardia civil con una manta de lana cruda sobre el tricornio de charol examinó los pasaportes a la luz de una linterna de carburo, haciendo un grande esfuerzo para que no lo derribara la presión del viento que soplaba de los Pirineos.